¿Alguna vez te has preguntado quién administra el planeta? No, no son los extraterrestres. Es el Estado, ese gran “jefe” que se apropió de ríos, bosques y montañas en nombre del bien común. Pero, ¿qué sucede cuando el guardián del medio ambiente termina rompiendo lo que prometió cuidar?
De Propietario a Administrador Descuidado
Primero, el Estado declara que todos los recursos naturales son “de todos”. Luego, en un acto de brillantez burocrática, empieza a emitir licencias para su explotación. Empresas y gobiernos compiten por permisos para utilizar estos recursos, mientras el Estado se beneficia económicamente. Sin embargo, aquí surge el problema:
Licencias sin conciencia: El Estado permite la explotación masiva de los recursos naturales sin un plan claro para la sostenibilidad.
Regulador ausente: Muchas veces, quienes deberían vigilar la explotación ambiental terminan mirando hacia otro lado, dejando de lado su rol de guardianes del medio ambiente.
El Cambio Climático y el Estado
El cambio climático no es una sorpresa. Lo sabíamos, pero parecía que alguien en la oficina olvidó enviar el memo. Con la gestión centralizada de los recursos, el Estado ha tomado decisiones que han acelerado el daño ambiental, favoreciendo el crecimiento económico por encima de la protección del planeta:
Prioridad económica sobre el planeta: En lugar de proteger los ecosistemas, el foco ha sido extraer al máximo los recursos naturales para fomentar el desarrollo económico.
Regulaciones ineficaces: Mientras algunos sectores son regulados al extremo, otros se benefician de lagunas legales que permiten su explotación sin restricciones.
La Gran Contradicción
¿Y qué hace ahora el Estado? Imponer más impuestos y regulaciones a los ciudadanos y las empresas para “reparar” el daño que él mismo permitió. Esta ironía no pasa desapercibida:
Pagas por lo que rompieron: El Estado ahora exige soluciones, pero el costo recae sobre los contribuyentes, que deben asumir las consecuencias de las malas decisiones del pasado.
Estrategias incoherentes: Desde prohibiciones absurdas hasta impuestos verdes que no siempre terminan financiando los proyectos adecuados.
¿Entonces, quién paga el precio?
Mientras los ciudadanos ajustan sus hábitos y asumen los costos, el Estado sigue administrando los recursos con manos poco firmes. Pero no todo está perdido. Quizá es momento de exigir un cambio real en la gestión ambiental:
Gestión transparente: Menos burocracia, más rendición de cuentas y un control efectivo sobre la explotación de los recursos.
Responsabilidad compartida: Que aquellos que explotan los recursos naturales también se encarguen de restaurarlos. Que quienes regulan lo hagan de manera efectiva, sin fisuras legales que favorezcan la irresponsabilidad.
Conclusión: Rompimos el Jarrón, pero Todos Pagamos
El cambio climático no es solo culpa de las empresas o de los ciudadanos. El Estado, como administrador de los recursos naturales, lleva una gran parte de responsabilidad en este desastre. Sin embargo, en lugar de soluciones reales, parece más interesado en pasar la factura a los de siempre: a nosotros, los contribuyentes.
Así que la próxima vez que pagues una “tasa verde”, recuerda: el planeta es de todos, pero alguien tiene que empezar a cuidarlo de verdad. ¿Será el Estado quien lo haga, o tendremos que ser nosotros los que asumamos la responsabilidad?




